*Por Francisco Cafiero
17 de Noviembre de 2006
Aquella emblemática consigna ‘Perón Vuelve’, símbolo de la heroica resistencia peronista hizo posible que después de 18 años de lucha, persecución, proscripción, fusilamientos, torturas, cárceles, asesinatos y listas negras, el Gral. Juan Perón pudiera volver a la tierra que lo vio nacer. Esa misma consigna fue la que instaló la lucha por la idea. El místico ‘lucha y vuelve’ no era una expresión únicamente atada a la vuelta de quien fuera presidente de los argentinos exiliado en Madrid, sino también la vuelta de un Estado con plena justicia social, soberanía política e independencia económica. Era el grito de una Argentina que quería devolverle al pueblo la grandeza y su felicidad. Era la causa convocante que muchos hombres y mujeres sintieron propia, arraigándose a las ideas y valores instalados por aquel gran hombre argentino y por la abanderada de los humildes, Eva Perón.
Aquel ‘Perón Vuelve’ fue certeza movilizadora e identificatoria, de una fuerza y magnitud que ni los represores, ni decretos como el 4161, ni las amenazas pudieron vencer. No pudieron derrotar aquel sentimiento, ni la organización del peronismo, “que de cada batalla emergía vigoroso y renovado, con la savia permanente de una juventud, que a despecho de los detentatarios del poder, nacía peronista”. Fue esa lucha por la idea la que vio nacer a una nueva generación que comenzaba a enamorarse del peronismo.
Más de 30 años después emerge una nueva generación de peronistas, una generación que no tuvo la posibilidad de conocer a Perón. Que lo conoce a través de las anécdotas que cuentan aquellos que tuvieron la oportunidad de tratarlo, a través de los libros, videos, revistas y publicaciones. Se trata de una generación que emerge a la escena política frente una creciente descredibilidad y apatía hacia la actividad política: la palabra “política” es mala palabra. Todo aquello que implique un compromiso militante merece cuestionamiento o suspicacia.
Nos toca también vivir en una Argentina distanciada de una plena justicia social, una argentina con pocas oportunidades. El Aeropuerto de Ezeiza representó la esperanza para muchos que se iban en búsqueda de mejores horizontes. Panorama paradójicamente distinto al de aquella época, cuando -hace más de treinta años- millones de argentinos marchaban hacia ese mismo lugar para darle la bienvenida a su líder después de 18 años de exilio.
Se trata de una Argentina que ha sufrido dictaduras, violencia, inestabilidad, recetas neoliberales y conmoción social.
Sin embargo, a pesar de tanta desolación, hoy vemos que se ha puesto en marcha un modelo de proyecto de país, que paso a paso va recuperando la esperanza y las oportunidades. Pero estas esperanzas y oportunidades no pueden ocultar que aún vivimos en un país donde más del 30% de la población se encuentra bajo la línea de pobreza, un país en el que el 11% intenta sobrevivir bajo la línea de indigencia, un país con altos índices de desescolarización, un país donde muchos jóvenes no terminan el secundario, o directamente no estudian ni trabajan, donde se ha hecho soportable ver niños en desamparo y ancianos postergados. Una Argentina que vio surgir ‘generación tras generación’ de desocupados, con la consiguiente pérdida de valores que esto importa, y con una creciente y dolorosa deuda con su pueblo.
Así es que los peronistas de hoy tenemos un gran desafío por delante, una lucha comprometida con aquello que se postergó en función de cumplir con recetas económicas importadas, una lucha, en definitiva, comprometida con aquello que decía Evita: ‘donde hay una necesidad hay un derecho’. El deber militante es transmitir esta esperanza, volver a enamorar, volver a inyectar la mística perdida, el entusiasmo, la esperanza y los valores. La militancia peronista no puede olvidar que nuestro movimiento debe ser siempre una pasión militante, un lugar donde nazcan las mejores utopías y los sueños más hermosos de igualdad, dignidad y justicia.