jueves, 13 de septiembre de 2007

Las pasiones y los intereses individuales son los que desvían y deforman la actuación peronista

Conducir, no es como muchos creen, mandar. Conducir es distinto a mandar. Mandar es obligar; conducir es persuadir, y al hombre siempre es mejor persuadirlo que obligarlo. En la conducción política ésta es una regla que no se puede romper en ningún caso. El conductor político es un hombre que hace por reflejo lo que el pueblo quiere. El recibe la inspiración del pueblo, él la ejecuta y entonces pueden tener la absoluta seguridad que lo va a realizar mejor porque los pueblos difícilmente se equivocan. Para conducir un pueblo la primera condición es que uno haya salido del pueblo. Que sienta y piense como el pueblo. Quien se dedica a la conducción debe ser profundamente humanista. El conductor siempre trabaja para los demás. Jamás para él. Hay que vivir junto a la masa, sentir sus emociones y entonces recién se podrá unir lo técnico a lo real; 10 ideal a 10 empírico. Bien, la conducción política tiene un sinnúmero de características que llevan a comprenderla. La política no se aprende, la política se comprende, y solamente comprendiéndola es como es posible realizarla racionalmente. Decía el mariscal de Sajonia que él tenía una mula que le había acompañado en más de diez campańas, pero decía que la mula no sabía nada de estrategia. Lo peor es que él pensaba que muchos de los generales, que también lo habían acompañado, sabían lo mismo; hay hombres que toda su vida han hecho política, pero nunca la han comprendido. De manera que la experiencia está en comprender la política para ser más sabio en todas las ocasiones y no pretender aprenderla porque sabemos que la sucesión de hechos concretos y diferentes no dan enseñanza para ninguna ejecución política. Es decir, la juventud debe saber que para poder conducir han de prepararse en esto. La conducción por amateur no puede ser proficua en éxito. Es necesario dominar este arte. El que quiera ser dirigente y no domine el arte de la conducción, y bueno, no va a llegar nunca lejos. Por eso es difícil encontrar hombres que sean capaces en la conducción, porque esto no se aprende de otra manera que sometiéndose a una disciplina científica, que dé los grandes conocimientos necesarios para abarcar el panorama, con una sensibilidad que es indispensable y una imaginación sin la cual no vale nada ver las cosas. Entonces con sensibilidad o imaginación, ver, base para apreciar; apreciar, base para resolver; y resolver, base para actuar. El deber de vencer es indispensable en la conducción. Aquel conductor que no sienta el deber de vencer, difícilmente va a vencer en cualquier acción. Es indudable que el hombre no puede ser perfecto, entonces tiene sus pasiones y tiene sus intereses. Las pasiones y los intereses individuales son los que desvían y deforman la actuación peronista. Un hombre de nuestro Movimiento podrá tener cualquier defecto pero el más grande de todos será no ser un hombre del pueblo. En la política esto es tan cierto como en la vida. En consecuencia, todas estas condiciones son las que debe reunir un peronista, o un justicialista. El Movimiento Peronista es de todos los que lo formamos y defendemos y allí radica el derecho que cada peronista tiene de sentir y de pensar para el beneficio común como lo establece un viejo apotegma peronista: -Que todos sean artífices del destino común, pero ninguno instrumento de la ambición de nadie. Los hombres que vengan al peronismo deben hacerlo con la voluntad decidida de poner todos los días algo de su parte para ennoblecerlo y dignificarlo. Eso es, en pocas palabras, y en síntesis, el Movimiento Justicialista.




Juan Domingo Perón, Madrid 1971