TRIBUNA
Durante sus sesenta años de vida, el peronismo ha demostrado una enorme capacidad para reinventarse. Su identidad, absolutamente original, radica en el arraigo popular que ha sabido ganar gracias a su visión nacional de los problemas argentinos.
Por: Antonio Cafiero Fuente: EX SENADOR NACIONAL
En un editorial de Clarín del 28 de noviembre se postula equivocadamente que los dirigentes del Partido Justicialista, pese a sus diferencias, compartirían el afán de parecerse a alguno de los dos partidos españoles, el Socialista (PSOE) o el Popular de Aznar.Comparto la caracterización que allí se hace del peronismo como "una fuerza política inclasificable" y la descripción de las oscilaciones ideológicas características "de un movimiento que siempre se resistió a ser encorsetado en una estructura partidaria tradicional". Desde sus orígenes, el peronismo intentó construir una visión peculiar acerca de los problemas nacionales y sus soluciones, enfrentándose a quienes pretendían transplantar crudamente un modelo político o económico desde algún otro país venerado. A ellos se sumaron una legión de politólogos y economistas que describen la realidad latinoamericana exclusivamente con categorías del hemisferio norte y sólo imaginan propuestas basándose en la aplicación de modelos extranjeros considerados exitosos.Sin embargo, ya debería quedar claro que para el peronismo reconocer a un partido o movimiento político de otro país no significa querer imitar uno a uno sus rasgos. En eso nos hemos diferenciado de casi todos los otros partidos y de intelectuales que sólo maman de Europa o EE.UU. sus patrones cognitivos. Además, es curioso que todavía haya que aclarar que para el peronismo admirar un determinado rasgo de un partido extranjero no implica que exista necesariamente afinidad ideológica y viceversa. Perón admiró algunos rasgos del comunismo soviético, los replicó parcialmente en los planes quinquenales de su primera y segunda presidencias, pero no tenía precisamente simpatía ideológica hacia el gobierno de Stalin.Pero hay algo más. La definición y la lucha por valores es propia de los movimientos. Por ello es que no se identifican con un solo partido sino que pueden ser expresados por organizaciones pertenecientes a otros ámbitos sociales diferentes de la política (obreras, empresarias, de la sociedad civil, culturales y artísticas, entre otras) y por distintos partidos políticos. Por ello, el Movimiento Peronista pudo subsistir y accionar en momentos de proscripción política, tal como ocurrió durante las dictaduras militares. Ello también explica el policlasismo y el frentismo electoral que históricamente ha practicado. El Justicialismo como partido político podrá confluir con otras fuerzas políticas y sociales en diversas coaliciones electorales, pero como movimiento deberá seguir expresando un modo de pensar y de sentir la Argentina que le es propio e intransferible. En él adquieren otro significado las clásicas oposiciones ideológicas entre "derecha" e "izquierda", que más bien quedan libradas a la oportunidad de los hechos. Esta característica que tanto critican algunos intelectuales no es un síntoma de debilidad o confusión, como pretenden, sino que es uno de los fundamentos de su eficacia, ya que permite compatibilizar el idealismo con el pragmatismo o, si se quiere, conjugar la "ética de las convicciones" con la "ética de las responsabilidades". La existencia de movimientos no significa olvidar que los partidos políticos son "instituciones fundamentales del sistema democrático", como lo establece nuestra Constitución. Por eso todos ellos deben trabajar para su propio fortalecimiento y credibilidad, eliminando prácticas espurias, bregando contra la corrupción y capacitando a sus dirigentes.Pero el Justicialista, en particular, debe recuperar su condición de partido nacional y superar la fragmentación provincial. Debe democratizar su vida interna y elegir a sus autoridades y dirigentes con la plena participación de sus afiliados. Y tener presente que los grandes partidos modernos admiten dentro de su seno corrientes diversas, haciendo suyo el lema de la "unidad en la diversidad", que descarta actitudes sectarias y excluyentes a favor del diálogo y la construcción concertada. Todo ello no es incompatible con la existencia del movimiento: aquí confluyen y armonizan fuerzas sociales, económicas, culturales, que son las que dan contenido y sustancia a los valores que se quiere representar en la sociedad política. Durante sus sesenta años de vida, el peronismo ha demostrado una enorme capacidad para reinventarse y superar las contingencias cruentas e incruentas que jalonaron su trayectoria. Su identidad no es sólo pasión militante, sino que se conjuga con una cosmovisión determinada y con la afirmación de valores trascendentes. Su impronta diferencial no reside en una determinada adhesión a partidos europeos "modernos", sino en el arraigo popular que ha sabido ganar merced a su visión nacional de los problemas argentinos. Por ello no hemos adherido a ninguna "internacional" generalmente más atenta a los intereses de sus propias empresas nacionales que a la gestación de un proyecto regional con identidad propia en el mundo globalizado.