Casa de muchachones bravos y ambiente acaso tempestuoso ésta de los Garibotti, en el Barrio Obrero de Boulogne. El padre, Francisco, era una estampa de hombre: alto, musculoso, cara cuadrada y enérgica, de ojos un poco hostiles, bigote fino que rebasa ampliamente las comisuras de los labios.Hermosa mujer también la madre, aunque de rasgos duros y plebeyos. Alta, resuelta, de boca algo desdeñosa y ojos que no sonríen.Los hijos también son seis, como los de Carranza, pero ahí termina la semejanza. Varones, los cinco mayores, desde Juan Carlos que va a cumplir dieciocho, hasta Norberto, que tiene once.Delia Beatriz, de nueve, mitiga un poco ese ambiente cerradamente varonil. Morena, de flequillo, ojos risueños, el padre se ablanda frente a ella. Una foto en una vitrina la muestra de guardapolvo blanco, junto al pizarrón escolar.Toda la familia está representada en las paredes. Pegadas a una gran cartulina y dentro de un marco amarillean remotas instantáneas de Francisco y Florinda –son jóvenes y se ríen en un parque–, fotos de carnet del padre y de los chicos y hasta algunos rostros fugaces de parientes o amigos. También han estado aquí, como en lo de Carranza, los infaltables "retrateros" y han dejado, tras un doble marco "bombé", una profusión de azules y dorados que pretenden representar a dos de los muchachos, no adivinamos cuáles.La pasión decorativa o recordatoria culmina en la prevista litografía de Gardel, recortado en negro, el sombrero casi tapándole la cara, el pie apoyado en una silla, pulsando la guitarra.Pero es una casa limpia, sólida, discretamente amoblada, una casa donde puede vivir bien un obrero. Y "la empresa" les cobra menos de cien pesos de alquiler.De ahí tal vez que Francisco Garibotti no quiera meterse en líos. Sabe que las cosas andan mal en el gremio –interventores militares y compañeros presos–, pero todo eso pasará algún día. Hay que tener paciencia y esperar.Treinta y ocho años tiene Garibotti, y dieciséis de servicio en el Ferrocarril Belgrano. Ahora trabaja en la línea local.Esa tarde ha dejado el servicio alrededor de las cinco y se ha venido directamente a casa.De los hijos varones, a quien prefiere es tal vez al segundo. Se llama como él: Francisco, con el agregado de Osmar. Tiene dieciséis años este muchacho de mirada seria, que también está por entrar en el ferrocarril.Hay verdadera camaradería entre ambos. Al padre le gusta tocar la guitarra y el muchacho canta. Es lo que hacen esa tarde.Obscurece pronto estos días de junio, en pleno invierno.Cuando quieren acordar, ya es de noche. La madre pone la mesa para la cena. En la cocina crepita una sartén.Ya casi ha terminado de cenar Francisco Garibotti –un bife con huevos fritos comió esa noche– cuando llaman a la puerta.Es don Carranza.¿Qué viene a hacer Nicolás Carranza?–Vino a sacármelo. Para que me lo devolvieran muerto –recordará Florinda Allende con rencor en la voz.Hablan un rato los dos hombres. Florinda se ha retirado a la cocina. Presiente que al marido le ha entrado la comezón de salir esta noche de sábado, y ella va a pelear su derecho, pero en su dominio, sin la presencia del vecino.No tarda en entrar Francisco.–Tengo que salir –dice, sin mirarla.–íbamos al cine –le recuerda ella.–Sí, es cierto. A lo mejor tenemos tiempo de ir más tarde.–Habías quedado en salir conmigo.–Vuelvo en seguida. Hago una diligencia y vuelvo.–No sé qué diligencia tendrás que hacer.–Después te explico. La verdad –aclara anticipándose al reproche–, a mí también me tiene un poco cansado éste... Con sus cosas ...–No parece.–Mira, es la última vez que le llevo el apunte. Espérame un rato.Y como para reafirmar que sale apenas por un momento, que tiene toda la intención de volver lo antes posible, grita ya desde la puerta mientras termina de ponerse el sobretodo:–Si llega Vivas, decile que me espere. Que voy a hacer una diligencia y vuelvo.Salen los dos amigos. Caminan varias cuadras por la larga calle Guayaquil, doblan a la derecha, rumbo a la estación.Allí toman el primer local que va a Florida. Son apenas unos minutos de tren.No hay testigos de lo que hablan. Sólo podemos formular conjeturas. Es posible que Garibotti vuelva a repetir a su amigo el consejo de Berta Figueroa: que se entregue. Es posible que Carranza a su vez quiera hacerle algún encargo para el caso de que él llegue a faltar de su casa. Quizá esté enterado del motín que se acerca y se lo mencione. O le diga simplemente:–Vamos a casa de un amigo a escuchar la radio. Van a pasar una noticia...También caben explicaciones más inocentes. Una partida de naipes o la pelea de Lausse que se va a transmitir luego por radio. Algo hubo de todo eso. Lo indudable es que Garibotti ha salido de mala gana y con el propósito de volver pronto. Si después no lo hace es porque han logrado conquistar su curiosidad, o su interés, o su inercia. No lleva armas encima y en ningún momento las tendrá en sus manos.También Carranza va desarmado. Se dejará arrestar sin resistencia. Se dejará matar como un chico, sin un solo movimiento de rebeldía. Pidiendo inútilmente clemencia hasta el balazo final.Bajan en Florida. Doblan a la derecha y cruzan las vías. Caminan seis cuadras por la calle Hipólito Yrigoyen. Atraviesan Franklin. Se detienen –Carranza se detiene– ante una finca con dos portoncitos de madera pintados de celeste que dan a un mismo jardín.Entran por el de la derecha. Se internan por un largo pasillo. Llaman a una puerta. De Garibotti no volveremos a tener referencias ciertas. Para que alguna recojamos de Carranza antes del silencio definitivo, tendrán que pasar muchas horas.Y muchas cosas incomprensibles.
VISITA NUESTRO ESPACIO EN CLARINBLOG http://blogs.clarin.com/espaciosanisidro/posts