viernes, 9 de junio de 2006

A 50 años de los cobardes Fusilamientos del 9 de Junio de 1956

Hace 50 años se llevó a cabo uno de los hechos mas delesnables y cobardes de la historia de nuestro país. La genocida "Revolución Libertadora" que había derrocado el 16 de Setiembre de 1955 al gobierno popular del, Gral Juan Domingo Peron, decidió el fusilamiento masivo de quienes el 9 de Junio del 1956 liderados por, los Generales Juan José Valle y Raúl Tanco, iniciaron un movimiento cívico-militar contra el gobierno de facto de Aramburu, en busca de la Recuperación Nacional y del orden constitucional.
Cuenta Rodolfo Walsh que
..."las ejecuciones de militares en los cuarteles fueron, por supuesto, tan bárbaras, ilegales y arbitrarias como las de civiles en el basural. El 12 de junio se entrega el general Valle, a cambio de que cese la matanza. Lo fusilan esa misma noche.
Suman 27 ejecuciones en menos de 72 horas en seis lugares.Todas ellas están calificadas por el artículo 18 de la Constitución Nacional, vigente en ese momento que dice: 'Queda abolida para siempre la pena de muerte por motivos políticos"...

Hoy queremos rendir un justo y sincero homenaje a todos los compañeros que dieron su vida por esta causa histórica y especialmente a los familiares de los compañeros, Nicolas Carranza y Francisco Garobotti, militantes y vecinos de San Isidro que encontraron la muerte en aquella trágica noche en los basurales de Jose León Suarez.

Invitamos a todos a que nos acompañen hoy desde las 11 en el acto de homenaje que presidirá el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, el Compañero Felipe Sola, en el Parque Eva Perón, ubicado en la calle 9 de Julio y Avenida Márquez de San Martin, donde luego del acto principal se colocará una ofrenda floral y se realizará el descubrimiento de una placa alusiva.

Santiago Cafiero
espacio_sanisidro@yahoo.com.ar


*Fragmento del libro "Operación Masacre de Rodolfo Walsh"

Primera parte


1. CARRANZA

Nicolás Carranza no era un hombre feliz, esa noche del 9 de junio de 1956. Al amparo de las sombras acababa de entrar en su casa, y es posible que algo lo mordiera por dentro. Nunca lo sabremos del todo. Muchos pensamientos duros el hombre se lleva a la tumba, y en la tumba de Nicolás Carranza ya está reseca la tierra.Por un momento, sin embargo, pudo olvidar sus preocupaciones. Tras el azorado silencio inicial, un coro de voces chillonas se alzó para recibirlo. Seis hijos tenía Nicolás Carranza. Los más pequeños se habrán prendido a sus rodillas. La mayor, Elena, habrá puesto la cabeza al alcance de la mano del padre. La ínfima Julia Renée –cuarenta días apenas– dormitaba en su cuna.Su compañera, Berta Figueroa, alzó los ojos de la máquina de coser. Le sonrió con mezcla de pena y alegría. Siempre era igual. Siempre llegaba así su hombre: huido, nocturno, fugaz. A veces se quedaba una noche, después desaparecía las semanas. Por ahí le hacía llegar un mensaje: estaba en casa de tal amigo. Y entonces era ella quien iba a su encuentro, dejando los chicos a alguna vecina, y pasaba con él unas horas transidas de temor, de zozobra, de la amargura de tener que dejarlo y esperar el lento paso del tiempo sin noticias suyas.Era peronista Nicolás Carranza. Y estaba prófugo.Por eso, cuando en furtivos regresos como éste algún chico del barrio le gritaba al encontrarlo: "¡Adiós, don Carranza!", él... apresuraba el paso y no contestaba.–¡Eh, don Carranza! –lo seguía la curiosidad.Pero don Carranza –silueta baja y maciza en la noche– se alejaba rápidamente por la calle de tierra, levantando hasta los ojos las solapas del sobretodo.Y ahora estaba sentado en el sillón del comedor, hamacando en las rodillas a Berta Josefa, de dos años, y a Carlos Alberto, de tres, y acaso a Juan Nicolás, de cuatro –toda una escalera de pibes tenía, don Carranza–, hamacándolos e imitando el fragor y el silbato de los trenes que manejaban hombres como él, gente de esa barriada ferroviaria.Después conversó con la preferida, Elena, de once años –alta y espigada para su edad, grandes ojos pardos–, le contó algo de sus andanzas mezclado con algo de fábula risueña, y la interrogó con preocupación, con miedo, con ternura, porque, la verdad, se le hacía un nudo en el corazón cada vez que la miraba, desde que estuvo presa.Presa durante varias horas, aunque parezca cuento, la tuvieron en Frías (Santiago del Estero) el 26 de enero de 1956. El padre la había dejado allí el 25 con familiares de la madre, aprovechando uno de sus viajes regulares en la línea al Norte del Belgrano, donde trabajaba como camarero, y había seguido de largo. En Simoca, provincia de Tucumán, lo detuvieron por una denuncia de distribuir panfletos que nunca llegó a probarse.A las ocho de la mañana siguiente la sacaron a Elena de la casa de sus parientes, la llevaron sola a la comisaría y la interrogaron durante cuatro horas. ¿Llevaba panfletos su padre? ¿Era peronista su padre? ¿Era un delincuente su padre?Se enloqueció don Carranza cuando supo la noticia.–A mí, que me hagan cualquier cosa. Pero a una criatura...Rugía y sollozaba.Se les disparó en Tucumán.Y seguramente desde entonces asomó un brillo peligroso en la mirada de este hombre de rostro firme y despejado, que antes era de ánimo alegre, aficionado a las diversiones y amigo preferido de todos los chicos del barrio, propios y ajenos.Cenaron todos juntos esta noche del 9 de junio en esa casa del barrio obrero de Boulogne. Después acostaron los chicos y quedaron solos, él y Berta.Ella le habló de sus penas, de sus preocupaciones. ¿El ferrocarril no les quitaría la casa, ahora que él estaba cesante y prófugo? Era una buena casa, de material, con flores en el jardín, y allí entraban todos, hasta un par de muchachas fabriqueras que había tomado como pensionistas para ayudarse. ¿Con qué iban a vivir ella y los chicos si se la quitaban?Le habló de sus temores. Siempre ese temor de que lo agarraran una noche cualquiera y lo golpearan en cualquier comisara hasta dejarlo idiota. Y le repitió el eterno ruego:–Entrégate. Si te entregas, a lo mejor no te pegan. Y de la cárcel se sale, Nicolás...Él no quería. Se refugiaba en afirmaciones duras, secas, definitivas:–No he robado. No he matado. No soy un delincuente.La pequeña radio, sobre la repisa del aparador, transmitía una música popular. Tras un largo silencio Nicolás Carranza se levantó, descolgó el sobretodo de la percha y lentamente se lo puso.Ella volvió a mirarlo con expresión resignada.–¿Dónde vas?–Tengo que hacer. A lo mejor vuelvo mañana.–No dormís acá.–No. Esta noche no duermo acá.Entró en el dormitorio y fue besando a todos los chicos, uno por uno: Elena, María Eva, Juan Nicolás, Carlos Alberto, Berta Josefa, Julia Renée. Después se despidió de su mujer.–Hasta mañana.Le dio un beso, salió a la vereda y dobló a la izquierda. Cruzó la calle B., apenas unos pasos y se detuvo frente a la casa 32.Llamó a la puerta.

2. GARIBOTTI

Casa de muchachones bravos y ambiente acaso tempestuoso ésta de los Garibotti, en el Barrio Obrero de Boulogne. El padre, Francisco, era una estampa de hombre: alto, musculoso, cara cuadrada y enérgica, de ojos un poco hostiles, bigote fino que rebasa ampliamente las comisuras de los labios.Hermosa mujer también la madre, aunque de rasgos duros y plebeyos. Alta, resuelta, de boca algo desdeñosa y ojos que no sonríen.Los hijos también son seis, como los de Carranza, pero ahí termina la semejanza. Varones, los cinco mayores, desde Juan Carlos que va a cumplir dieciocho, hasta Norberto, que tiene once.Delia Beatriz, de nueve, mitiga un poco ese ambiente cerradamente varonil. Morena, de flequillo, ojos risueños, el padre se ablanda frente a ella. Una foto en una vitrina la muestra de guardapolvo blanco, junto al pizarrón escolar.Toda la familia está representada en las paredes. Pegadas a una gran cartulina y dentro de un marco amarillean remotas instantáneas de Francisco y Florinda –son jóvenes y se ríen en un parque–, fotos de carnet del padre y de los chicos y hasta algunos rostros fugaces de parientes o amigos. También han estado aquí, como en lo de Carranza, los infaltables "retrateros" y han dejado, tras un doble marco "bombé", una profusión de azules y dorados que pretenden representar a dos de los muchachos, no adivinamos cuáles.La pasión decorativa o recordatoria culmina en la prevista litografía de Gardel, recortado en negro, el sombrero casi tapándole la cara, el pie apoyado en una silla, pulsando la guitarra.Pero es una casa limpia, sólida, discretamente amoblada, una casa donde puede vivir bien un obrero. Y "la empresa" les cobra menos de cien pesos de alquiler.De ahí tal vez que Francisco Garibotti no quiera meterse en líos. Sabe que las cosas andan mal en el gremio –interventores militares y compañeros presos–, pero todo eso pasará algún día. Hay que tener paciencia y esperar.Treinta y ocho años tiene Garibotti, y dieciséis de servicio en el Ferrocarril Belgrano. Ahora trabaja en la línea local.Esa tarde ha dejado el servicio alrededor de las cinco y se ha venido directamente a casa.De los hijos varones, a quien prefiere es tal vez al segundo. Se llama como él: Francisco, con el agregado de Osmar. Tiene dieciséis años este muchacho de mirada seria, que también está por entrar en el ferrocarril.Hay verdadera camaradería entre ambos. Al padre le gusta tocar la guitarra y el muchacho canta. Es lo que hacen esa tarde.Obscurece pronto estos días de junio, en pleno invierno.Cuando quieren acordar, ya es de noche. La madre pone la mesa para la cena. En la cocina crepita una sartén.Ya casi ha terminado de cenar Francisco Garibotti –un bife con huevos fritos comió esa noche– cuando llaman a la puerta.Es don Carranza.¿Qué viene a hacer Nicolás Carranza?–Vino a sacármelo. Para que me lo devolvieran muerto –recordará Florinda Allende con rencor en la voz.Hablan un rato los dos hombres. Florinda se ha retirado a la cocina. Presiente que al marido le ha entrado la comezón de salir esta noche de sábado, y ella va a pelear su derecho, pero en su dominio, sin la presencia del vecino.No tarda en entrar Francisco.–Tengo que salir –dice, sin mirarla.–íbamos al cine –le recuerda ella.–Sí, es cierto. A lo mejor tenemos tiempo de ir más tarde.–Habías quedado en salir conmigo.–Vuelvo en seguida. Hago una diligencia y vuelvo.–No sé qué diligencia tendrás que hacer.–Después te explico. La verdad –aclara anticipándose al reproche–, a mí también me tiene un poco cansado éste... Con sus cosas ...–No parece.–Mira, es la última vez que le llevo el apunte. Espérame un rato.Y como para reafirmar que sale apenas por un momento, que tiene toda la intención de volver lo antes posible, grita ya desde la puerta mientras termina de ponerse el sobretodo:–Si llega Vivas, decile que me espere. Que voy a hacer una diligencia y vuelvo.Salen los dos amigos. Caminan varias cuadras por la larga calle Guayaquil, doblan a la derecha, rumbo a la estación.Allí toman el primer local que va a Florida. Son apenas unos minutos de tren.No hay testigos de lo que hablan. Sólo podemos formular conjeturas. Es posible que Garibotti vuelva a repetir a su amigo el consejo de Berta Figueroa: que se entregue. Es posible que Carranza a su vez quiera hacerle algún encargo para el caso de que él llegue a faltar de su casa. Quizá esté enterado del motín que se acerca y se lo mencione. O le diga simplemente:–Vamos a casa de un amigo a escuchar la radio. Van a pasar una noticia...También caben explicaciones más inocentes. Una partida de naipes o la pelea de Lausse que se va a transmitir luego por radio. Algo hubo de todo eso. Lo indudable es que Garibotti ha salido de mala gana y con el propósito de volver pronto. Si después no lo hace es porque han logrado conquistar su curiosidad, o su interés, o su inercia. No lleva armas encima y en ningún momento las tendrá en sus manos.También Carranza va desarmado. Se dejará arrestar sin resistencia. Se dejará matar como un chico, sin un solo movimiento de rebeldía. Pidiendo inútilmente clemencia hasta el balazo final.Bajan en Florida. Doblan a la derecha y cruzan las vías. Caminan seis cuadras por la calle Hipólito Yrigoyen. Atraviesan Franklin. Se detienen –Carranza se detiene– ante una finca con dos portoncitos de madera pintados de celeste que dan a un mismo jardín.Entran por el de la derecha. Se internan por un largo pasillo. Llaman a una puerta. De Garibotti no volveremos a tener referencias ciertas. Para que alguna recojamos de Carranza antes del silencio definitivo, tendrán que pasar muchas horas.Y muchas cosas incomprensibles.